El 16 de febrero de 1810 el EjΘrcito francΘs tom≤ Guadir. En poco tiempo el vencedor dio buena cuenta del ganado de la ciudad y de sus cercanφas. Era necesario conseguir nuevas provisiones. Diez o doce columnas salieron en direcci≤n al marquesado de Zenet, a Gor, a los montes y a los pueblos situados en la falda septentrional de Sierra Nevada.
Era el dφa 15 de abril del mencionado a±o de 1810. La villa de Lapeza ofrecφa un espectßculo tan risible como admirable, tan grotesco como imponente, tan ridφculo como aterrador. Hallßbanse cortadas todas sus avenidas por una muralla de troncos de encina y de otros ßrboles gigantescos, que la poblaci≤n en masa bajaba del monte vecino, y con los que formaba pilas no muy fßciles de superar. Como la mayor parte de aquel vecindario se compone de carboneros, y el resto de le±adores y pastores, la operaci≤n indicada se llevaba a cabo con inteligencia y celeridad verdaderamente asombrosas.
Aquel recio muro de madera formaba una especie de torre por el lado frontero al camino de Guadix, y encima de esta torre habφan colocado los lapece±os (ías≤mbrense ustedes!) cierto formidable ca±≤n fabricado por ellos mismos, y del que ha quedado imperecedera memoria; el cual consistφa en un colosal tronco de encina ahuecado al fuego, ce±ido de recias cuerdas y redoblados alambres, y cargado hasta la boca con no sΘ cußntas libras de p≤lvora y con una infinidad de balas, piedras, pedazos de hierro viejo y otros proyectiles por el estilo...
Contßbase ademßs con todas las armas blancas y negras del pueblo y del monte, resultando disponibles unas doce escopetas, mßs de veinte bocachas y trabucos, un cuchillo, pu±al o navaja por persona, tres o cuatro docenas de hachas de hacer le±a, algunos pistolones de chispa, inme~os montones de piedras de respetable calibre, todas las hondas necesarias para hacerlas volar y una verdadera selva de garrotes y porras de variados gustos.
